lunes, 25 de diciembre de 2006

HEMINGWAY EN EL PERU (Parte III)


Esa noche, luego de la cena, se sentó en la barra del bar y pidió un vaso de whisky y uno de agua, y le preguntó al barman cómo se llamaba. Pablo Córdova se convertiría a partir de aquella noche en su confidente de pesca, pues pasaría largas horas charlando de cosas triviales mientras bebía innumerables vasos de escocés.

Los periodistas, insatisfechos aún con la cordial rueda de prensa ofrecida por el escritor aquella mañana e impedidos de entrar en el hotel del Club, se reunieron en un bar cercano para hacer un “pacto de caballeros” mediante el cual se comprometían a que ninguno hiciera nada a escondidas de los demás. Esa misma noche, el famoso pacto se rompería inevitablemente, pues Hemingway era una presa demasiado apetitosa para un periodista.
Mientras Donayre y Orbegozo se fueron a calmar sus calores al pueblo de El Alto, Mario Saavedra se acercó al hotel y gracias a sus dotes de relacionista público, logró entrar al bar donde se encontraba Hemingway. “Yo era un muchacho de 25 años y él era una leyenda viva, era el personaje que siempre quise entrevistar y me lo encontré en mi camino”, confesaría 50 años después cuando recordó aquella inolvidable noche.

Hablaron de Antonio Ordóñez Araujo, el legendario torero español íntimo amigo del escritor, pues Saavedra era a la sazón cronista taurino y conocía muy bien a los matadores que por aquella época llegaban a la plaza de Acho en Lima. También le explicó sobre el “blended”, esa extraña manera de beber el whisky, pues lo tomaba puro e inmediatamente bebía un gran trago de agua, porque le gustaba que la mezcla se produzca en el estómago.
Pero la confesión que le hiciera aquella vez cuando hablaron sobre la película que estaban filmando y que lo trajo al Perú, fue que no estaba conforme con la actuación de Spencer Tracy encarnando al viejo Santiago de la novela, pues lo veía regordete y con poca agilidad. “Yo hubiera preferido a Errol Flynn”, le dijo Hemingway. Por esa u otras razones, el film de Sturges resultó un fracaso de taquilla.

A la mañana siguiente, el reportero de La Crónica, Manuel Jesús Orbegozo, esperaba a sus colegas en el comedor del pequeño hotel para planificar el día; sin embargo, ninguno daba señales de vida. Extrañado se acercó al muelle de pescadores y allí se enteró que cada uno había alquilado una lancha y se hicieron a la mar en busca del “Miss Texas” donde estaba Hemingway.
Desesperado por la trampa, Orbegozo corrió hacia el otro extremo del muelle y divisó el “Pescadores II”, el yate donde se embarcaba Mary Welsh, así que sin pensarlo dos veces, cogió un cooler donde se encontraba la comida que subirían al yate y haciéndose pasar como parte de la tripulación, abordó la embarcación. Sigilosamente se metió en el baño y se encerró allí a la espera que zarparan.
Media hora después, salió de allí y su presencia causó alarma entre los acompañantes de la mujer; pero tras las explicaciones del caso y el apoyo de los pescadores, Mary Welsh aceptó que se quedara. Fue así que logró navegar junto a la esposa de Hemingway y ser testigo de excepción de aquel día de pesca y de conversación amena con la última mujer del escritor.

Las embarcaciones navegaban casi paralelamente y por momentos se acercaban tanto, que Hemingway y su mujer podían intercambiar algunas frases en inglés. El resto del tiempo era un tributo a la contemplación. Ella disfrutaba viendo a su marido tirar de la caña, dar órdenes al capitán para enrumbar la embarcación hacia las corrientes marinas en busca de los cardúmenes de anchoveta que los lleve hacia su ansiada presa. Pero el santo estuvo de espaldas al escritor, aquella jornada de pesca fue infructuosa; salvo algunas jibias intrusas que engancharon en los anzuelos, no hubo rastros del merlín.
Pero Orbegozo, sí consiguió una presa, conversar de algunas intimidades con Mary Welsh, allí supo cuánto amaba aquella mujer a Hemingway. “Me casé con el hombre al que amo y no con el novelista al que admiro”, le confesó.
Lo que sigue es un revelador diálogo que el periodista tuvo con ella:
“Nos conocimos en Londres, cuando él y yo éramos corresponsales de guerra. Solíamos conversar mucho de la vida enfundados en unos pesadísimos capotes militares, mientras la neblina se empecinaba en tumbar al Big-Ben. Nos enamoramos a primera vista. En 1945 nos separamos para reunirnos luego en Cuba”.
-¿El es humano por naturaleza?
No podría decírselo yo. Cuando recibió el Premio Nobel manifestó que estaba muy contento, pero que él se lo habría dado a Carl Sandburg. Al recibir los 35 mil dólares, “Papá” entregó al chofer y a todos los que nos acompañaban en la casa, 10 sueldos de gratificación. Lo cual no quiere decir que sea muy humano, pero en fin…
-¿A usted qué le dio?
A mi me ofreció una escopeta que esperábamos comprarla en París. También me dio un cheque de dos mil dólares.
-¿Y les queda mucho de aquel Premio Nobel?
Mary sonrió y dijo: “Yo no tengo nada, sólo lo tengo a él”.
Al caer la tarde, las embarcaciones retornaron a Cabo Blanco con las bodegas vacías. Esta vez los merlines huyeron de las cañas de Hemingway.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola,

Soy periodista y estoy haciendo una nota sobre la visita de Hemingway a Perú basándome en las narraciones de un grupo de pescadores de Cabo Blanco. Me gustaria poder tener acceso a las fotografias que has publicado, son increíbles. Mi correo es avelez@agenciaperu.com . Te agradeceria mucho si pudieras responderme,
Alexa Vélez.