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lunes, 25 de junio de 2007

POPY: EL EMBAJADOR DEL ERROR (IV)


El 5 de abril de 1992, es una fecha que ningún peruano olvidará. Ese día Alberto Fujimori, sacó los tanques a las calles, anunció por televisión la disolución del Congreso, apresó a los más importantes opositores al gobierno, intervino el Poder Judicial y constituyó un gobierno de Emergencia. Paradójicamente, la dictadura fue recibida con beneplácito por la gran mayoría de peruanos que aplaudieron el denominado “autogolpe”. Olivera no fue uno de ellos, ese día, el vehemente fiscalizador acudió al Congreso acompañado de Mario Roggero, otro congresista, encontraron la sede totalmente rodeada por guardias de asalto. Olivera intentó ingresar al legislativo por la fuerza y la policía respondió literalmente levantando al defenestrado congresista por los aires como si fuera un muñeco y recibió una contundente golpiza.
Esto no evitó que pocos meses después el FIM participara nuevamente en los comicios para elegir un nuevo parlamento –el Congreso Constituyente Democrático- el cual, no sólo lavó la cara a la dictadura, sino que creó una nueva constitución que permitía la reelección del presidente Fujimori.

Entre 1993 al 2000, Olivera perteneció casi todas las comisiones de economía del Congreso de la República. En el año 1998, tuvo la oportunidad de devolverles todos los favores prestados a los Picasso. En noviembre de 1998, la Superintendencia de Banca y Seguros (SBS), detectó irregularidades en el Banco Latino y envió al Congreso un proyecto de ley de “salvataje” de esa entidad. Tramitado en tan sólo tres días, el proyecto fue aprobado con los votos de la mayoría fujimorista y del FIM, gracias al apoyo entusiasta e incondicional de Fernando Olivera, convirtiéndose en la Ley Nº 27008 ante la protesta de los grupos de oposición, que se retiraron del hemiciclo debido a las irregularidades sucedidas en el debate.

Con esta ley, la SBS ordenó a la Corporación Financiera de Desarrollo (Cofide), efectuar un aporte de capital inmediato de cinco millones de dólares en efectivo y 54 millones de dólares por medio de la capitalización de sus acreencias en el Banco Latino. Años más tarde el Banco Latino quebró y dejó pérdidas por 380 millones de dólares para el erario público. Hasta hoy, Jorge Picasso Salinas, presidente del directorio del banco se encuentra en calidad de procesado por este desfalco.

Por aquellos tiempos corría el rumor que Olivera era un consumidor de cocaína y era frecuente escuchar a los políticos en el Congreso comentar sobre esa presunta adicción del escandaloso Popy. Según Ernesto Gamarra, su ex amigo, antes que la cocaína, Olivera tuvo problemas con el alcohol; recuerda que a finales de los ochenta, era un tipo que tomaba mucho en cuanta reunión social podía. Bebía wisky, vino o cerveza por igual y era entonces cuando solía contra con mucha amargura, la historia sobre la injusticia que sufrió su padre dentro del APRA y por ello su odio irreconciliable con ese partido.

Sin embargo, a pedido de sus propios amigos, Olivera fue tomando conciencia del peligro que corría si continuaba bebiendo y dejó de hacerlo, tomaba sólo un trago y nada más; y eso le dio excelentes resultados, porque su lado débil era precisamente el de ser infidente cuando estaba pasado de copas. Esa actitud, muestra la fuerza de voluntad que tiene este personaje cuando se trata de su imagen. Pero sobre su relación con la cocaína hay versiones encontradas; pues hay varios personajes públicos que le han enrostrado su condición de consumidor, entre ellos el congresista aprista Jorge del Castillo, el periodista Fernando Viaña y hasta un procesado por corrupción, Eduardo López Meneses. Según fuentes muy cercanas a Olivera, efectivamente solía consumir cocaína, pero sólo lo habría hecho en reuniones íntimas con sus amigos banqueros. Precisamente fueron ellos quienes le cambiaron el mote de “El muerto”, por el de “El inmortal”, aduciendo a modo de broma que “ni los tiros lo mataban”. Verdad o no, queda claro que Olivera no es un consumidor compulsivo de cocaína, si acaso lo es de modo ocasional. “Por lo menos, yo nunca lo vi drogado, me habría dado cuenta de inmediato y si lo hacía, se cuidaba mucho de no hacerlo en horas de trabajo o en reuniones públicas”, advierte su otrora fiel amigo.

Ese carácter impulsivo, a veces irreductible y a prueba de balas que tiene Fernando Olivera, se muestra a lo largo de su azarosa vida; pues es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que se propone y una muestra de ello fue aquella anécdota poco conocida y nunca desmentida, ocurrida cuando el escritor peruano Jaime Bayly decide incluir en una de sus novelas un episodio en el que su personaje principal consume cocaína en el baño de una discoteca limeña en compañía de un congresista de la República, que curiosamente tiene demasiada similitud con Fernando Olivera. Enterado de esa intención, Popy entró en pánico y movió cielo y tierra para impedir que eso saliera publicado. Según Ernesto Gamarra, Olivera llamó innumerables veces al escritor que residía en Miami para pedirle que no lo haga y al no conseguir su objetivo, buscó a una amiga íntima de la esposa de Bayly para convencerla que viaje a Miami e interponga sus buenos oficios. “Olivera pagó los pasajes de la mujer, ella habló con el novelista y Bayly accedió a sacar aquel episodio de ficción de su novela”, cuenta Gamarra.

sábado, 23 de junio de 2007

POPY: EL EMBAJADOR DEL ERROR (II)


La agradable sensación que da el ejercicio del poder parecía haber poseído al “Muerto” y cada vez era mayor su protagonismo en la escena pública peruana. Su intrincada personalidad y su tenacidad para obtener lo que se propone a cualquier precio, es algo que hasta sus propios detractores reconocen en Olivera; pues quienes lo han tratado de cerca saben que es capaz de presionar, insistir, rogar y hasta suplicar de rodillas, con tal de lograr sus objetivos.
Fernando Olivera ingresó al Partido Popular Cristiano (PPC) en 1977 integrando la Comisión Nacional de Juventudes, y luego de su paso por la Fiscalía de la Nación, en 1985 y a la edad de 26 años, el impetuoso político consigue ser aceptado en la lista de candidatos por el PPC para la elección de diputados al Congreso de la República.

Cuenta Ernesto Gamarra Olivares, ex congresista del FIM, hoy caído en desgracia, que fue por recomendación del poderoso financista, padre de la hoy famosa banquera Susana de la Puente Wiese, que el “Muerto” ocupó un lugar en la lista de candidatos y le fue otorgado el puesto 30.
Lo que pasó luego, demuestra el ingenio criollo del que es capaz de hacer Olivera para conseguir lo que se propone. En febrero de 1985, el país se encontraba alborotado por la visita del Papa Juan Pablo II y miles de fotografías y carteles adornaban paredes y calles, pues el Papa visitó al país y era la figura del momento. De alguna manera y utilizando todas las influencias y amistades posibles, Fernando Olivera logró 10 segundos de gloria cuando posó al lado del sumo pontífice para una fotografía instantánea. Acto seguido mandó imprimir miles de afiches con la famosa fotografía, al lado de su número –el 30-, que fueron pegados en toda la ciudad. Esto le sirvió para captar miles de votos de un pueblo, en esencia católico, y despertar la simpatía fundamentalmente en el voto femenino. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, contó con el respaldo financiero del grupo Wiese, sus viejos conocidos, para enfrentar la costosa campaña electoral. El ingenioso ardid funcionó y el “Muerto” Olivera salió elegido con una alta votación, cuando apenas tenía 27 años siendo el diputado más joven de aquella elección. Un año después, abandonó la bancada del partido que lo llevó al Congreso y se declaró independiente.
Apristas y antiapristas coinciden en señalar que el odio de Olivera hacia el Apra y hacia su líder Alan García Pérez, es visceral. Desde que se instaló el flamante gobierno ya mostraba gran ojeriza hacia García. Dice su ex amigo Ernesto Gamarra, que al principio obviamente no tenía nada concreto contra Alan, pero sí una gran antipatía, lo cuestionó incluso antes de que lo proclamen Presidente. Ya entonces, Olivera se presentaba como un especialista en conseguir información reservada, destapar entuertos y fiscalizar a funcionarios del oficialismo. Su falta de oratoria y carisma, la compensaba con sus promocionados destapes, que consistían en investigar tenazmente a determinado personaje hasta descubrirle algún flanco débil, luego lo acusaba sin miramientos ante los medios de prensa.

Un año y medio después de haber sido elegido, Fernando Olivera finalmente alcanzó verdadera fama y una inusitada popularidad entre los electores y pasó a convertirse en una suerte de paladín de la justicia, gracias al llamado incidente del maletín. Un día Olivera sorprendió al parlamento nacional al denunciar que en la cafetería del Congreso, "manos extrañas" le habían robado un maletín en el que llevaba lo que llamó el "expediente García", supuesto acerbo documentario en el que, aseguró, quedaban demostradas toda clase de irregularidades cometidas por el presidente de la República. Llegó inclusive a acusar a un congresista, José Barba Caballero, de haber sido el autor del robo. "¡Señor presidente, exijo que me devuelvan mi maletín!", reclamó Olivera al menos una veintena de veces, durante sus alocuciones en el Congreso. Ante estas acusaciones José Barba, quien replicó que todo el asunto del robo era pura invención, decidió darle su merecido a Olivera y le tendió una celada en el baño del Congreso, donde, según los apristas y el propio Barba, lavó su honor propinándole una golpiza al fiscalizador.